Según la ética
discursiva todos las personas somos interlocutores válidos, que no
podemos ser excluidos del diálogo, en el que se puede participar sin
limitaciones,
problematizando todas las afirmaciones. Las normas
válidas implican que todos los
afectados pueden aceptarlas
libremente. No se trata de un proceso de racionalidad instrumental,
sino el resultado de un despliegue de racionalidad comunicativa.
En
el campo de lo pedagógico, esta estrategia subrayaría el diseño de
la experiencia y de los procedimientos capaces de desarrollar en los
participantes del proceso educativo su condición de interlocutores
válidos y el descubrimiento de normas aceptables
por su
universalidad. Un ejemplo de esto sería el caso de un colegio (o
aula) en el que
los alumnos y los profesores, conformando una
comunidad de diálogo y merced a la
argumentación racional y seria,
establecen el marco que regirá la disciplina y los derechos de los
alumnos.
Enrique Martínez
Larrechea, fragmento de su participación en
La educación como ética de la libertad
Fuente en línea: La educación como ética de la libertad, en formato PDF
Pág. 81.
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